12 de octubre de 2010

Caminaba y pensaba. Caminaba y sus pensamientos iban perfectamente sincronizados al ritmo de sus pasos. Caminaba y respiraba, caminaba y veía, escuchaba. Caminaba. Intentaba distraerse, intentaba estar más pendiente de los árboles y la gente y las nubes que de lo que tenía de las pestañas para atrás. Pero eso no tenía sentido. La introspección definitivamente era lo suyo.

Caminaba. Pero ya no de la misma manera. Y pensaba. Pero ya no de la misma manera. La distancia desaparecía bajo sus pies, literalmente, desaparecía. Dejaba de estar. Y ella dejaba de percibir. Y respiraba pero el oxígeno no era suficiente. Y miraba pero no veía. Quería ver. Pero.. hacia donde mirar? Hacia donde dirigir la vista si aquello que más quería se había esfumado, se había desvanecido, como la distancia y como él. Dónde mirar si sabía en lo más profundo que no iba a encontrar esos ojos oscuros que amaba, esos ojos en los que su mirada era siempre recibida, esos ojos que siempre encontraban la manera de resguardarla y hacerla sentir entera.

Seguía caminando. Ya había olvidado dónde iba. Y no importaba. Necesitaba solo eso. Caminar. Avanzar. Sentir al menos por un instante fugaz el suelo y creer que era real.
Y además de caminar, pensaba. Y además de caminar y pensar, sentía. Y sangraba por dentro. Y por fuera. Pero no podía detenerse, no cuando el único impulso que la dominaba era el de mover un pie tras otro, no cuando la única acción determinada por sus neuronas era la de seguir en movimiento. Y como pensaba, pensó. Qué haría si se detuviera? Qué pasaría si dejaba de sentir ese suelo que se desvanecía a su paso? Qué haría cuando la sangre que derramaba su pasado comenzara a inundar todo, a inundar su cuerpo y su escencia y no pudiera pensar, ser, caminar, alcanzarlo? Tenía que seguir moviéndose.

Sus pensamientos desbordaban como su sangre y se perdían en la nada que dejaba su paso. Respiraba entrecortadamente pero no porque le faltara el aire sino porque el aire ya no le servía. Su paso se violentaba, mientras sentía el viento en la cara. Un viento fuerte. Helado. Sentía como la sangre se escurría y cómo un nuevo sentimiento la iba llenando de a poco, desde el suelo y recorriendo cada una de sus terminaciones nerviosas.

Cada vez caminaba más rápido, y más rápido desaparecía el espacio que dejaba atrás. No importaba, de cualquier modo.

Sentía la sangre correr por sus venas a pesar de que juraba estar desangrada por completo a esa altura. Se sentía viva. Miró y vio aunque sabía que no iba a encontrar nada que valiera la pena a su alrededor. Se equivocaba. Todo lo que podía percibir parecía adecuarse a ella misma. El viento que sacudía las copas de los árboles y los pájaros planeando en el viento arrastrados por ésa irrevocable corriente que hacía con ellos lo que quería. Lo que ella quería. Y las nubes cambiando y uniéndose y separándose y volviendo a ser. Como ella.

Se detuvo con un impulso idéntico al que la había hecho caminar distancias inexistentes que ya apenas recordaba.
Respiró hondo, dejó que el viento la llenase y en esa bocanada no sólo había aire. Sintió en sus pulmones todo lo que veía. Extendió los brazos y dejó que el viento no solo la llenara sino que también fuera parte de sí. Fue viento. Giró y voló y cayó pero nunca del todo hasta que como todo, pasó. El viento se transformó en brisa. La sangre volvió a su curso en sus venas. El suelo era el suelo. Y otra vez necesitaba oxígeno y casi escuchaba el latido de su corazón, y el suelo estaba abajo de ella firme y llano como se supone que debería ser; pero algo le faltaba. Un último intento. Algo que, sabía, sentía, estaba al alcance de un pestañeo.

Abrió los ojos y vio esos otros ojos oscuros que había buscado tanto tiempo y a través de tantas distancias en su interior y tanta sangre derramada y tantas heridas selladas con el paso de los años, y, por primera vez, no necesitó nada más.

1 comentario:

Maria Jose dijo...

Sabes que no soy de comentar pero, esta ultima entrada me pareció genial .

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