10 de octubre de 2010

Describirla no era tarea compleja. Era una chica equivocada. No tendría que haber sido mujer. De haber cometido ese primer error, no tendría que haber tenido diecisiete años. De tener diecisiete años, no tendría que haber nacido en el medio del frío. Y si aún persistía en los fallos, no tendría que haberse enamorado. Pensaba por ejemplo que los bebés eran el primer y principal error del género humano; que el despropósito de su edad era sólo comparable con su urgencia por dejarla atrás. Que aunque su piel sólo se hubiera puesto en contacto con la nieve, los tenues acercamientos al calor que la era permitía le bastaban para darse cuenta de que ella estaba más cerca del fuego que del hielo y, sobre todo, él. Pero no. Definirlo a él como la cima de todos sus males era inexacto. Le bastaba recordarlo para suavizarle el gesto, normalmente bastante duro.
Esa tarde iba pensando en él, es decir, iba sonriendo.

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