Y entonces, no tengo más remedio que mirar a la puerta. Porque quiero ser una de ellas y que él sea uno de ellos. La puerta que miro me comunica con mi esperanza, con mis deseos de encerrarme para siempre en el Santuario y entregarme por fin a un mañana.
Nunca se me había ocurrido pensar que el amor necesita saber que al día siguiente, va a tener para besar la misma boca que tuvo ayer.
Hasta ahora, el tiempo era para mí algo que simplemente pasaba y que se moría de a poco.
Ahora es una exigencia. Hoy, que el estómago me tiembla a cada rato y que tengo una especie de alegría que me recorre la piel, necesito de los minutos como del calor.
Si pudiera, me comería a mí misma para hastiarme por fin de algo que estuviera lleno de ganas.
La puerta no se abrió nunca. Y yo, que lo único que quería era verlo entrar, sentir al fin la sensación de un regreso... Yo, la última, espero a alguien y ya no soy únicamente una condenada. Soy ésta espera que se me está haciendo infinita y dolorosa. Estoy haciendo cosas y entonces vengo para acá y miro a la puerta, pero no sirve de nada mirarla, porque todavía no se inventaron miradas que vean puertas abiertas ahí donde hay una puerta que sigue tan cerrada y tan indiferente y tan puerta inmóvil como siempre.
Lo obvio es que algo debió haber pasado. Algo seguramente no salió bien y entonces pienso que si algo no salió bien, soy yo la que no salió bien, la que no sale bien nunca. Me miro con mis amigos. Ellos me entienden. O sea, mejor dicho, me miro con mis amigos para que me entiendan. Para que sepan que yo sé que miramos, pero que me hace bien que ellos comprendan que yo miro más que ellos, que yo miro distinto, que miro y me prolongo en esa ausencia que es la puerta cerrada, que mis ojos atraviesan el acero y salen al aire helado para buscarlo, a decirle que no se preocupe, que nada salió mal, que nada puede salir del todo mal mientras mis ojos puedan volar. Pero también sé que sigo acá y que ya no tengo nada que hacer salvo sentarme en un rincón a llorar, a sentir esas manos que me apoyan, que no son sus manos pero igual sirven.
La puerta sigue cerrada y a mi me duele la piel.
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