6 de noviembre de 2012

061112

Pienso. Exploto. Caigo. Pienso, sigo pensando. No hay nada que no piense, pienso todo el tiempo que  tengo que dejar de pensar. 
O pensar un poco menos. O no reducir la realidad a mi mente. Pero pensar me llena, me dibuja y desdibuja, me mueve en todas las direcciones, me enciende, y me apaga, y me supera, me desborda, me hace bien, me duele. 
Exploto. Caigo, y sigo cayendo, hasta el fondo de mi mente que no existe, ni el fondo, ni mi mente, infinita caída a un final imposible; inconcebible, y real, y eterno.
Y cierro los ojos, y mi mente es negro y eterno, y abro los ojos y mi mente es blanco y monotonía, y si pienso estallo en colores y dimensiones de todo eso que solamente existe en mi cabeza, que es como si no existiera, pero existe, es la esencia exacta de la más idiota de las cosmovisiones, el trasfondo latente del futuro que denigro, la consumación de la realidad que trato de entender pensando.  Y entonces exploto, y caigo. 
Y me pierdo, es una insignificancia totalizadora. 
Y eso soy. Eterna e insignificante.

1 comentario:

Ailén dijo...

sin palabras! excelente

5VIII20

Cartografiar el vínculo reclama deconstruir la noción que se oculta en el verbo tener. Vínculo como categoría supraordenada a yo a la s y la...