23 de junio de 2011



Pensamos tanto que nos olvidamos de razonar.  Creemos que avanzamos al salvar vidas pero no hay un alma en la tierra que conozca la cura a la soledad, que es peor que la muerte.
Nos enorgullecemos de nuestra propia mediocridad y del domino de la decadencia. Pero no hay ciencia. No hay morfina que calme el dolor del alma ni alimento que sacie el hambre del vacío de la existencia, no hay pastillas que silencien los pensamientos más oscuros que nos torturan día y noche, ni inyecciones letales que borren el odio de la sangre, ni terapias que combatan la ambición más decadente y el poder, que son lo mismo en el final.
Nada sabemos y todo lo que creemos ver, abarcamos al amparo de la ignorancia. Abrimos la percepción con veneno sólo para perdernos en nuestra mente incomprensible y regresamos a la realidad sabiéndonos aún más insignificantes.
Deberíamos desaparecer para dar sentido a este despropósito.
Deberíamos hacer uso de ese honor presumido, tan ajeno a la humanidad.

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