Cuatro paredes. Cuatro paredes que envuelven y esconden y protegen aquello que contienen. Cuatro paredes que creen ser dueñas de lo que encierran. Encierran papel. Encierran personas. Encierran años. Encierran memoria. Encierran silencio. Y nada importa más que deshacerse de ellas. Cuatro paredes y un techo indiferente que me impide ver el universo sobre mí. Un techo que complementa las cuatro paredes pero depende de ellas. Un techo inútil, pero que me priva de una vía de escape que busco desde que sé que hay cuatro paredes encerrándome. Cuatro paredes y un techo indiferente y un suelo que es lo mismo si está o no; que me sostiene y que no importa porque las cuatro paredes me siguen asfixiando y estoy cansada del techo que me roba las estrellas como para darle importancia también al suelo. Cómo si gracias a él y no a Él dependiera el hecho de que yo siga pegada a la tierra. Cómo si él y no Él fuera mi centro de gravedad.
Cuatro paredes a las que estoy demasiado acostumbrada. Cuatro paredes, cuatro sencillas y corrientes paredes que a nadie le llamarían la atención, pero que igualmente cumplen su insensata función de pared. Separan. Dividen. Aíslan. Un suelo que no sirve para nada. Y un techo que tapa todo y no deja ver más allá de él.
No puedo romper las paredes. No puedo atravesar el techo. No puedo negar el suelo. Pero en un momento exacto, también eso deja de importar. No es gracias al suelo que sigo con los pies en la tierra. Esas cuatro paredes que separan y dividen, no son capaces de detener a mi mente, que sale de ellas, atraviesa ladrillos y cemento y vuela, y busca, aunque no (te) encuentre. Y el techo no me va a privar de las estrellas, porque a las estrellas llegué con vos, y un simple techo jamás me va a poder separar de eso, como éstas cuatro paredes jamás me van a alejar de mí misma.
Y más allá de mi incapacidad para salir, soy más que las cuatro paredes que me encierran, estoy más allá del techo cegador, ya ni siquiera recuerdo la existencia del suelo. Porque (gracias) entendí que sin paredes, no existirían las ventanas.
Súbitamente.
Una grieta en la pared. Una grieta que se expande. El techo va desintegrándose de a poco, del centro a los extremos. El suelo me es tan indiferente como siempre. Sólo un complemento a mi realidad.
La grieta se extiende, se abre, se modela y da lugar a una puerta. No una puerta cerrada. No una puerta ausente. Una puerta transparente. Una puerta que necesito atravesar, una puerta que me permite burlar a las paredes, a través de la que veo cielo luz y estrellas, olvido el piso y te encuentro.
22 de octubre de 2010
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